Gerardo Pérez Sánchez

Los próximos días 26 y 27 de enero se celebrará en la ciudad de Cádiz el X Congreso de la Asociación de Constitucionalistas de España, de la que soy miembro y este año, con motivo de la celebración del segundo centenario de la primera Constitución Española, se ha elegido la capital andaluza que le da nombre para homenajear a la Carta Magna de 1812. Los dos siglos transcurridos desde el nacimiento del constitucionalismo han dado para mucho, para revoluciones y contrarrevoluciones, para dictaduras y democracias, para sistemas monárquicos y republicanos. En este lapso de tiempo se han sucedido multitud de acontecimientos pero las razones que dieron origen a esta norma suprema no han variado y son las mismas que inspiraron la de Estados Unidos –la primera redactada por escrito- y la de Francia –la pionera del Continente Europeo-: la necesidad de controlar y limitar al poder y el deseo de dotar y garantizar a los ciudadanos de derechos fundamentales. Esos ideales, por los que tantas personas han muerto y que han hecho derramar tanta sangre, permanecen vigentes y a día de hoy se sigue luchando por ellos, a pesar de que la vigente Constitución cuente con casi siete lustros de existencia.  

Por ello, para festejar tan noble acontecimiento, lo primero que se debe hacer es continuar luchando para que los ideales del movimiento constitucionalista sean cada vez más efectivos y generalizados. Contar con una Carta Magna no basta, porque por sí sola no garantiza su efectividad. Es imprescindible hacer que se cumpla. El segundo punto a tener en cuenta es la importancia de no confundir la defensa de las libertades que representa el constitucionalismo con la apología a ultranza de un concreto texto constitucional. El actual de 1978, aunque nos ha facilitado unas reglas de juego estables durante tres décadas, es muy mejorable y debe evolucionar. Por lo tanto, defender su reforma puede ser el mejor servicio a realizar. Tengo el convencimiento de que ha llegado el momento de revisar nuestra Constitución para hacerla más efectiva, más entendible, más coherente y más cercana a lo que el pueblo desea realmente.

Y, aunque la poesía y el Derecho no son ámbitos que suelan coincidir, existe un verso del escritor alemán Erich Fried que dice: “¿Hacia dónde han ido las esperanzas? Hacia la Constitución. ¿Y su decepción? Hacia su interpretación”. Es decir que, actualmente, cualquier postura, por disparatada o incoherente que sea, puede ser defendida en el marco de nuestro ordenamiento jurídico ya que, aunque no figure recogida en una norma, puede argumentarse y hacerse valer por la vía de la interpretación. Lo que antes no cabía se pretende que ahora cobre sentido. Así, en la jurisprudencia española conviven sentencias que defienden una cosa y la contraria, habida cuenta que es posible llegar a cualquier conclusión a través de rebuscados argumentos interpretativos. El Tribunal Constitucional se está pareciendo a una caja de sorpresas donde se avalan tesis dispares según la ocasión, convirtiéndose en un legislador que toma partido para rellenar los innumerables huecos existentes en la literalidad de la Carta Magna. La inseguridad jurídica va en aumento, debido a que cualquier postura acaba por encontrar cabida en los laberintos de los razonamientos jurídicos. En consecuencia, siento que la ciudadanía percibe a su norma suprema muy alejada de los principios más básicos y elementales y, por lo tanto, como si fuera una utopía irrealizable.

Creo firmemente que la mejor defensa del espíritu constitucional pasa por plantear la reforma de la propia Constitución. Los ideales constitucionalistas no son utópicos y, porque pueden lograrse, vale la pena luchar por ellos.