EL ABSURDO EMPEÑO DE CREAR UN CÍRCULO CUADRADO

FIGURAS GEOMETRICASUna de las prácticas más discutibles del género humano es su intento desesperado por lograr lo imposible y por  compatibilizar cuestiones que a todas luces son incompatibles entre sí. Generalmente, cuando hay que elegir entre varias opciones opuestas, a las personas les cuesta aceptar que, al seleccionar una de ellas, deben renunciar a la contraria. Entonces comienzan los intentos siempre infructuosos de quedarse con lo mejor de ambas alternativas y el individuo en cuestión, incapaz de renunciar a una de ellas, se las arregla para que lo antagónico pueda convivir en armonía. En definitiva, se embarca en el absurdo empeño de crear un círculo cuadrado cuando a nadie se le escapa que esa figura geométrica ni existe ni existirá nunca.

Nuestro sistema político cuenta con diversos ejemplos de estas mezclas propias de magos y alquimistas. Pensemos en las figuras de los diputados. Conforme a nuestra Constitución de 1978 representan al pueblo español y no están sujetos a mandato imperativo alguno. Es decir, son libres para votar y decidir en conciencia en el ejercicio de sus funciones. Paralelamente a ese concepto, se construye la idea de la disciplina de partido, según la cual, el diputado debe votar lo que le ordenan desde la formación política a la que pertenece, llegando a recibir sanciones si osa manifestarse en un sentido contrario al que se le manda. Ambas posibilidades pretenden coexistir como si la una no estuviese radicalmente enfrentada a la otra.

Pasemos ahora a los senadores. El senado se configura como cámara de representación de los territorios que conforman el Estado. Sin embargo, a la hora de las votaciones, nuevamente el poder impuesto por el partido no deja margen alguno al senador para tomar sus decisiones en conciencia con lo que dice representar (la parte de España por la que fue elegido) sino que debe asumir como propias las  que proceden de la sede de su partido.

También se supone que los diputados controlan al Gobierno, tal y como se establece por medio de normas jurídicas. Pero quienes comparten siglas con los miembros del Ejecutivo renuncian a esa labor para ponerse una vez más al servicio de su grupo. Por su parte, la oposición se dedica a criticar unas medidas que defendería con toda probabilidad si recayese sobre ella labor de gobierno, limitándose a interpretar una melodía que ni siquiera ha compuesto.

En definitiva, la distancia entre lo que dicen las normas que debe ser nuestro sistema político y lo que ocurre en la realidad es cada vez mayor. Y todo por ese necio afán de compatibilizar dos conceptos incompatibles. O partimos de representantes libres no sujetos a mandato imperativo o partimos de partidos políticos que imponen los criterios a sus cargos electos. Pretender que convivan simultáneamente ambas ideas opuestas provoca importantes disfunciones que afectan a la esencia básica de esas reglas de juego que nos hemos dado para vivir en este modelo de sociedad.

Hasta que esta situación no cambie, algo muy poco probable, seguiremos explicando a los universitarios cómo es nuestra forma de gobierno debiendo distinguir entre la teoría y la práctica, entre lo que dice la norma y lo que acontece en el día a día, hasta que finalmente se logre erradicar ese vicio tan humano  que es la incoherencia, hasta que se elimine esa nociva tendencia a no querer elegir, hasta que se destierre ese grave error de hacer compatible lo incompatible, ese absurdo empeño de crear el círculo cuadrado.

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