EL PROGRESO DE LA ABSTENCIÓN, LA DECADENCIA DE LA DEMOCRACIA

images (2)Walt Whitman es uno de los más aclamados poetas norteamericanos que, por caprichos del destino, comenzó a ser conocido por el gran público gracias a la película “El club de los poetas muertos”, que popularizó su poema “Carpe diem” hasta convertir el significado de esa expresión latina en todo un eslogan. Pero además del “aprovecha el momento”, dicho poema contiene más mensajes que merecen ser escuchados. “No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, que casi es un deber” dice en uno de sus párrafos. “No caigas en el peor de los errores: el silencio” expresa más adelante. Pues bien, cuando a principios del mes de agosto se publicó el último informe del Centro de Investigaciones Sociológicas y una de sus conclusiones más relevantes en cuanto al cambio de intención de voto era el aumento de la abstención -más que el descenso o el incremento en el apoyo a los diferentes partidos políticos-, no pude evitar acordarme del escritor estadounidense.

En principio, la abstención es una opción entendible. El votante está desencantado de la política, no le convence ningún partido, cae en el desánimo del  “todos son iguales”… y se queda en casa amparándose en la premisa del “conmigo que no cuenten” o “no voy a ser partícipe de esta farsa a la que llaman democracia”. Como cualquier otra reacción visceral producto de una rabieta, puede ser comprensible y hasta explicable inicialmente. Pero, si se analiza fríamente, debe concluirse que ese comportamiento no es el más sensato y, desde luego, si lo que se persigue con esa pasividad es dejar en suspenso la responsabilidad del ciudadano para con el sistema político o, más aún, se pretende que las decisiones políticas no le afecten, es más que evidente que ambos propósitos son absurdos y sin sentido. La única hipótesis en la que alguien queda al margen de las normas sociales y de las decisiones colectivas es la que reflejó Daniel Dafoe en su obra “Robinson Crusoe”, donde la soledad e incomunicación física del personaje hace factible tal propuesta. En el resto de los casos (es decir, en todos) dar la espalda a la política convierte al pasota en cómplice (pasivo, si se quiere, pero cómplice al fin y al cabo) de las decisiones posteriores.

Parafraseando a John F. Kennedy, en democracia no hay que preguntarse únicamente qué puede hacer el país por cada uno sino qué puede hacer cada uno por su país y, personalmente, tengo la sensación de que la mayoría de la población de España –así como la de muchos otros países- cree erróneamente que las ventajas de la democracia y las comodidades del estado del bienestar son una especie de Maná caído del cielo y que puede exigirlas a pesar de no dedicar ni un minuto de su tiempo a implicarse en el sistema político que, supuestamente, debe proporcionárselas. ¿Somos ciudadanos formados políticamente? ¿Tenemos ideales que resisten un debate serio y riguroso? O  ¿más bien nos dejamos llevar por el slogan más llamativo, más simplón o más agradable que nos venden? ¿Hemos sido exigentes de verdad con nuestra clase política? Y me refiero a todos aquellos que la integran, tanto quienes comparten nuestras ideas como quienes defienden otras. ¿Hemos votado conscientemente o hemos acudido a las urnas ciegos, sordos y mudos? ¿Estamos decididos a implicarnos en el sistema que queremos o, por comodidad, preferimos dar un cheque en blanco a esa casta política a la que abiertamente despreciamos?

En definitiva, ¿no ha sido en gran medida esa misma mayoría ciudadana que se queja amargamente y a la que se le llena la boca descalificando a los cargos públicos la que les ha catapultado al liderazgo de las diferentes siglas y orientaciones partidistas? En otras palabras, ¿no somos responsables de la degradación de la clase política precisamente por habernos desentendido de esa política con mayúsculas, por habernos jactado de no comprometernos con ella? Para finalizar, ¿es la pasividad de la abstención el remedio a todos estos problemas? ¿No habrá llegado la hora de formarnos, de adquirir cultura política, de interesarnos por estas cuestiones, de ser personas exigentes y no meros lacayos que se limitan a aplaudir al líder de turno? ¿Estoy hablando de una utopía? Porque, en ese caso, dejemos inmediatamente de quejarnos y reconozcamos que tenemos lo que nos merecemos. Menos mal que siempre habrá alguien que comparta el mensaje de Walt Whitman cuando dice “No dejes nunca de soñar, porque sólo en sueños puede ser libre el hombre”.

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