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DEMOCRACIA Y CAPAS DE BARNIZ
Reconozco que cada vez me cuesta más diferenciar la campaña electoral de su correspondiente precampaña y a ésta de cualquier otro momento en la vida de un Estado democrático. Sin embargo, y dado que la cita con las urnas se acerca, conviene repasar la esencia de lo que se nos viene encima. Y tal esencia no es otra que el pueblo debe elegir representantes para ocupar determinados cargos públicos que, de alguna manera, le hagan sentirse representado en los diferentes Parlamentos. Sin embargo, tengo la sensación (por no decir la certeza) de que los sistemas electorales están sometidos a innegables correcciones que maquillan la voluntad de los ciudadanos expresada en votos y que ciertas conductas de los políticos tienden a convertir en papel mojado lo que el pueblo manifiesta verdaderamente en cada elección. Barreras electorales desorbitadas, distribución de escaños al margen de la población real, desigualdad en el valor del voto, alianzas sorprendentes de partidos, en principio, nada afines, pactos a tres, a cuatro, incluso a cinco bandas para impedir el acceso al gobierno de la fuerza política que se quedó a escasos votos de la mayoría absoluta, transfuguismo, corrupción… Por no hablar de esas minorías decisivas que imponen sus criterios a la mayoría, sabedoras de que pueden exigir a voluntad, conscientes de resultar imprescindibles para mantener en el sillón al que está dispuesto a claudicar con tal de conservar su cuota de poder. La pregunta es obligada. ¿Realmente nuestro sistema electoral respeta la voluntad de los votantes? ¿Las operaciones que transforman en escaños nuestros votos se realizan sin matizar o tergiversar lo que de verdad queremos manifestar las personas? ¿Los políticos que se apropian del citado escaño lo atrapan como un cheque en blanco, prescindiendo completamente de las promesas electorales y de las manifestaciones en campaña?