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EL ABSURDO EMPEÑO DE CREAR UN CÍRCULO CUADRADO
Una de las prácticas más discutibles del género humano es su intento desesperado por lograr lo imposible y por compatibilizar cuestiones que a todas luces son incompatibles entre sí. Generalmente, cuando hay que elegir entre varias opciones opuestas, a las personas les cuesta aceptar que, al seleccionar una de ellas, deben renunciar a la contraria. Entonces comienzan los intentos siempre infructuosos de quedarse con lo mejor de ambas alternativas y el individuo en cuestión, incapaz de renunciar a una de ellas, se las arregla para que lo antagónico pueda convivir en armonía. En definitiva, se embarca en el absurdo empeño de crear un círculo cuadrado cuando a nadie se le escapa que esa figura geométrica ni existe ni existirá nunca.
Nuestro sistema político cuenta con diversos ejemplos de estas mezclas propias de magos y alquimistas. Pensemos en las figuras de los diputados. Conforme a nuestra Constitución de 1978 representan al pueblo español y no están sujetos a mandato imperativo alguno. Es decir, son libres para votar y decidir en conciencia en el ejercicio de sus funciones. Paralelamente a ese concepto, se construye la idea de la disciplina de partido, según la cual, el diputado debe votar lo que le ordenan desde la formación política a la que pertenece, llegando a recibir sanciones si osa manifestarse en un sentido contrario al que se le manda. Ambas posibilidades pretenden coexistir como si la una no estuviese radicalmente enfrentada a la otra.